Minhaj Gedi Farah estaba literalmente medio muerto, pese a tener sólo siete meses de vida, cuando ingresó, el pasado mes de julio, en el hospital que dirige la ONG Internacional Rescue Committee (IRC) en el complejo de refugiados de Dadaab (Kenia).
Su cuerpo escuálido, esquelético y totalmente desnutrido, se convirtió en la imagen mediática de la desesperación de los miles de niños refugiados que huyen de la hambruna en Somalia y que se convierten en víctimas inocentes de un país casi destruido.
Minhaj pesaba entonces 3,1 kilogramos. Se le diagnosticó desnutrición y anemia severa, un cuadro que le colocaba entre la vida y la muerte.
A los médicos de este hospital sólo les quedaba hacerle transfusiones de sangre de urgencia, hasta tres, e intentar alimentarlo con una pasta de cacahuete enriquecida con vitaminas para ir recuperándolo.
Pocas semanas después, Minhaj había ganado un kilo y fue dado de alta en el hospital, aunque su recuperación no era todavía completa, como ocurre con muchos niños del campo de refugiados.
De hecho, el pequeño volvió al hospital poco después para ser tratado de tuberculosis, en otro programa ambulatorio de la ONG IRC, aunque el cuerpo de Minhaj y sus defensas ya estaban en otro nivel.
Algo más de tres meses después de su llegada al hospital, Minhaj está irreconocible. Pesa ocho kilos y casi parece un niño de su edad. La sonrisa ha vuelto a una cara mofletuda que no hace más que reír en brazos de su madre, Assiyah Dagane Osman, de vuelta al hospital para hacer la última revisión.
"Estoy muy contenta con el trato recibido", aseguró su madre. "Él lo está haciendo muy bien".
"No podemos expresar cómo nos sentimos cuando lo volví a ver", ha explicado el médico que lo atendió. "Hemos visto a un niño completamente diferente".
Un periodista de Associated Press llamó a Minhaj "el rostro frágil del hambre", cuando lo localizó en el hospital de IRC. Sólo un día después de iniciar el tratamiento, los médicos tenían esperanzas de que se salvara, porque el pequeño de siete meses se agarraba al pecho de su madre como el que se aferra desesperadamente a la vida.
La obsesión, desde ese momento, fue que incrementara su peso, poco a poco.
Noticia publicada en el periódico El Mundo, España 11/11/2011
Su cuerpo escuálido, esquelético y totalmente desnutrido, se convirtió en la imagen mediática de la desesperación de los miles de niños refugiados que huyen de la hambruna en Somalia y que se convierten en víctimas inocentes de un país casi destruido.
Minhaj pesaba entonces 3,1 kilogramos. Se le diagnosticó desnutrición y anemia severa, un cuadro que le colocaba entre la vida y la muerte.
A los médicos de este hospital sólo les quedaba hacerle transfusiones de sangre de urgencia, hasta tres, e intentar alimentarlo con una pasta de cacahuete enriquecida con vitaminas para ir recuperándolo.
Pocas semanas después, Minhaj había ganado un kilo y fue dado de alta en el hospital, aunque su recuperación no era todavía completa, como ocurre con muchos niños del campo de refugiados.
De hecho, el pequeño volvió al hospital poco después para ser tratado de tuberculosis, en otro programa ambulatorio de la ONG IRC, aunque el cuerpo de Minhaj y sus defensas ya estaban en otro nivel.
Algo más de tres meses después de su llegada al hospital, Minhaj está irreconocible. Pesa ocho kilos y casi parece un niño de su edad. La sonrisa ha vuelto a una cara mofletuda que no hace más que reír en brazos de su madre, Assiyah Dagane Osman, de vuelta al hospital para hacer la última revisión.
"Estoy muy contenta con el trato recibido", aseguró su madre. "Él lo está haciendo muy bien".
"No podemos expresar cómo nos sentimos cuando lo volví a ver", ha explicado el médico que lo atendió. "Hemos visto a un niño completamente diferente".
Una familia de refugiados
La familia de Minhaj llegó al mayor campamento de refugiados de África caminando durante semanas, junto con otros somalíes que huyen de los conflictos y de la devastadora sequía que ha provocado una mortal hambruna.Un periodista de Associated Press llamó a Minhaj "el rostro frágil del hambre", cuando lo localizó en el hospital de IRC. Sólo un día después de iniciar el tratamiento, los médicos tenían esperanzas de que se salvara, porque el pequeño de siete meses se agarraba al pecho de su madre como el que se aferra desesperadamente a la vida.
La obsesión, desde ese momento, fue que incrementara su peso, poco a poco.
Noticia publicada en el periódico El Mundo, España 11/11/2011
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